jueves, 6 de septiembre de 2012

“ Làtigo” ( Support Your Local Sheriff) de Burt Kennedy, “Los Aventureros de Cheyenne” ( Cheyenne Social Club) de Gene Kelly, “ Dos Vaqueros Errantes” (Wild Rovers) de Blake Edwards .



Por: Juan M.Bullita.

Reunimos estos 3 westerns porque los tres acentúan la disolución del gènero en su forma clásica, frente al desquiciamiento que proponen en los últimos tiempos muchos otros: Pequeño gran Hombre (A.Penn), Cuando es preciso ser hombre (R.Nelson), etc, y sin referirnos por cierto al enojoso asunto de la depravación del gènero efectuada por manos consanguíneas a las de sus creadores; serìa  el caso de las recientemente estrenadas “ El Espinazo del Diablo” y “Una ciudad llamada bastarda “de Burt Kennedy y Robert Parrish respectivamente. La disolución  proviene aquí no de una rectificación de pareceres y oficios, ya que Kelly y Edwards son marginales del gènero, y Kennedy nunca demostró pasión por una afirmación del western , que cultiva opacamente desde que decidió filmar sus propios guiones para salvarlos de masacres a manos ajenas ( ?)

                                                                       
Las incursiones de Kelly y Edwards son lógicas en dos hombres dedicados a Hollywood y al espectáculo. ( Derecha: Escena de Làtigo) .El film de Edwards demuestra que este director sòlo respira dentro del cine, tal como los peces sòlo lo hacen dentro del agua. Edwards crea sobre una convención ya fundada, y sabe infiltrarle una òptica màs o menos personal a lo que filma, desgraciadamente aquí, en forma parecida a su anterior film: Lili, mi adorable espìa , cediendo al càlculo de taquilla ( ¿ què otra cosas cabe pensar de la reunión de Holden con ese extranjero al western que es Ryan O`Neal o de los planos en ralentí durante la doma del caballo en un campo de nieve?), refugiándose en los recodos cómodos del camino. Por eso Dos Vaqueros Errantes , es un film de espectador , sin riesgos, tratado como quien ve el toro detrás de la barrera.Lo que persiste de bueno y agradable es el gusto selectivo que conserva Edwards para hacer diálogos hermosamente literarios sin arruinarlos con ninguna pedantería o estupidez (el elogio a la amistad que pronuncia Holden ante el cadáver de su joven compañero); la receptividad modesta y cariñosa de la tradición realista-bucòlica del western con vaqueros.

                                      

Aunque, a mi parecer, la voluntad de realismo y sencillez sòlo constituye un tardìo homenaje a ese hermoso film que es “Cowboy “ de Delmer Daves . Los que acabamos de ver La Carrera del Siglo , reestrenada oportunamente en Lima, medimos con desengaño la marcha atrás de Edwards . Este film si era el riesgo, el meterse entre la cornamenta del toro, y la consagración final de un fervor cinematográfico que jamàs eludió las citas y la estilización. Kelly es màs difícil de ubicar. Por eso acudimos a tres nombres de respeto para justificar ese tono de exactitud westerniana que se impone a lo disolvente  dominante: Henry Fonda, James Stewart y el guionista James Lee Barrett, aquí autor de la idea general . Está es muy buena : Dos vaqueros viejos, inseparables y misóginos (por condicionamiento laboral) heredan un prostíbulo de lujo en un pueblucho del Oeste; después de intentar aprovechar el beneficio de tan especial herencia, renuncian por incompatibilidad de caracteres con las obligaciones inherentes a lo heredado , y retornan , siempre juntos , a las vacas y el rancho, a la interperie .

Sobre esta base Kelly limita su oficio al artesanado de poner en escena, supuestamente divertido. Si exceptuamos el carácter cìnico y el doble sentido de la historia, nadie mejor que Ford o Peckinpah para conducir una historia asì, con esos mismos grandes actores , al territorio de una exuberante odisea picaresca , reflexiva y sociológicamente penetrante , verdaderamente personal y auténticamente westerniana. La disolución proviene aquì de la lejanìa del realizador con los materiales de base , y la nostalgia despreocupada del film (su mayor atractivo) se desprende de los viejos vaqueros, Fonda y Stewart , cerrando juntos , las páginas de una época de oro del cine americano, que les debe algunos de sus mejores y màs perdurables momentos.



“Làtigo” resulta de los tres films el màs asimilable a una continuidad estilística . En  efecto, con “Ayude a su Comisario”, “El que viaja con el diablo” y “Los buenos y los malos” , es una modesta contribución a la sociología demitificadora del oeste. “Làtigo” , film de costumbres, exhibe ese cuidado de especialista en la recreación de un pueblo minero (el dominio de las cajas rojas de dinamita , por ejemplo) , la excelente caracterización de ese veterano del gènero que es Jack Elan y algunas generalidades ajustadas al mismo: La muchachita masculinizada, el mujeriego –jugador-vividor, etc. Pero, a ese look que se afirma de película a película, entre las citadas, Kennedy sòlo aporta su increíble pastosidad como realizador, dejando que el guión devore en su laxitud todo destello imaginativo de puesta en escena. Asì “Làtigo” es el màs especializado de los westerns aquí comentados, pero igualmente el màs opaco y descartable.


(*)  Revista Hablemos de Cine nº 63, Enero,febrero, marzo 1972.

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